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Yo no sé de pájaros

Actualizado: 19 may 2024

(Al final de este blog encontrarán el audio, para que lean acompañados si así lo prefieren)


En los últimos dos meses me he dejado llevar un poco por la poesía, con exactitud la de Alejandra Pizarnik, y entre tantos versos que me han atrapado, hoy quiero compartirles este que se titula ‘La carencia’ 


“Yo no sé de pájaros, 

no conozco la historia del fuego. 

Pero creo que mi soledad debería tener alas”


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Con una simplicidad envuelta, estas líneas despertaron en mí una mezcla de emociones que trascienden lo tangible y lo racional. Me permitieron reflexionar sobre la complejidad de nuestra existencia, sobre los rincones silenciosos de nuestra propia soledad.


Cuando leo el primer y el segundo verso, "Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego", pienso en lo poco que sé en comparación con todo lo que hay por conocer. Me pregunto qué secretos guardan. Una vez más, me enfrento a la inmensidad de la historia y a los misterios que aún aguardan ser descubiertos.


El tercero, "Pero creo que mi soledad debería tener alas", me sumergió en la profunda introspección. Aquí, la soledad se convierte en algo más que una mera ausencia de compañía; se transforma en un estado de existencia, en una presencia palpable que nos envuelve. La idea de que la soledad debería tener alas sugiere una paradoja intrigante: ¿puede la soledad, esa sensación que nos oprime como un peso, elevarnos y liberarnos en el amplio cielo de la libertad?


Estas palabras me hicieron chocar con la dualidad de la existencia humana: la búsqueda de conexiones significativas mientras enfrentamos la realidad de nuestra propia soledad. De hecho, me permitieron contemplar mi relación con el mundo que me rodea, explorar los límites del conocimiento y abrazar la belleza y la complejidad de nuestra propia experiencia.


Y un poco la conclusión es que este poema se convirtió en un viaje emocional y espiritual, donde la reflexión y la introspección se entrelazan. Fue un recordatorio conmovedor de la humanidad compartida, de esa búsqueda incesante de significado y conexión en medio de la grandeza del universo.


Pero adicional, Alejandra Pizarnik me regaló no solo la inspiración para sentarme a escribir un poco, sino también para compartirles que, en ese delicado equilibrio de las relaciones humanas, la mayoría de veces encontramos un espacio sagrado donde comprendemos que el amor y la libertad no son opuestos, sino complementarios, porque están tejidos en la esencia misma de nuestra existencia.


Es más, visualicemos la soledad como una semilla esperando muy paciente en la oscuridad del suelo fértil, lista para brotar y extender sus raíces en busca de luz y nutrientes. En sí, lo que quiero decir a través de esta metáfora es que nuestra búsqueda constante de autonomía emocional anhela romper las barreras impuestas y crecer mucho más libre, explorando nuevos caminos y floreciendo en plenitud sin restricciones.


Aunque abrimos nuestros corazones a relaciones profundas y significativas, con el tiempo comprendemos la importancia de mantener nuestra independencia, de no perder nuestra esencia en el laberinto de las expectativas y dependencias. La idea de que nuestra soledad debería tener alas es más que un deseo, es una afirmación de nuestra propia valía, una declaración de amor hacia nosotros mismos.


Nos recuerda que estar solo no es sinónimo de estar perdido o incompleto, sino una oportunidad para descubrir nuestra fuerza interior, para trazar nuestro propio camino. Es un recordatorio de que la verdadera libertad reside en la capacidad de seguir adelante con nosotros y con quienes decidan acompañarnos. 


Porque aunque muchos no sepamos de pájaros.

Aunque muchos no sepamos a profundidad la historia del fuego.

Hoy podemos creer, al igual que Alejandra Pizarnik, que la soledad sí debería tener alas.




Editado por: Juan Camilo Hernández





 
 
 

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