Tsunami
- Natalia Idárraga
- 23 feb
- 3 Min. de lectura
(Al final de este blog encontrarán el audio, para que lean acompañados si así lo prefieren)
El jueves 7 de noviembre del año pasado mi mamá ingresó a la clínica por urgencias, una infección que afectó varios de sus órganos casi le cuesta la vida.

La vida y el tiempo son una locura, un día antes hablaba con ella por llamada, contándole mi día, escuchando el suyo, riéndonos, preguntándonos y desahogándonos, al siguiente todo fue distinto. No quiero dar muchos detalles de su pronóstico y de lo que pasó o por qué pasó, solo quiero decir que tuve mucho miedo de no ver envejecer a mi mamá, un miedo que jamás había experimentado o sentido antes, un miedo que se sintió como un tsunami.
Justo después de ese suceso, empecé a escribir esta entrada del blog recordando cómo había sido el 2024. Por qué llegaba este escenario casi terminándolo, qué me quería enseñar este dolor y ese miedo. Entonces, acostada en mi cama, cerré mis ojos, me abracé y en pausa hice el ejercicio de responder esas preguntas. Llegué a la conclusión de que el 2024 fue un año solitario por elección, de muchísimo trabajo para sentir cada vez más cerca un sueño pendiente, un año al que le dije con mucha facilidad “no” a todo lo que no me hacía bien, un año de preguntarme de mil formas qué es lo que quiero, qué es lo que realmente me hace feliz, qué no me he cumplido, cómo puedo evitar caer en lugares, personas y cosas no correspondidas, en amores mediocres, incluyendo el propio, sin duda fue un año solo para mí y qué bien se sintió.
Pero la vida no es vida sin contrastes, sin ese equilibrio necesario de cosas buenas y unos cuantos dolores. Sin esos momentos de parálisis para valorar el movimiento, porque no se trata de elegir solo la dosis de la calma, sino de aceptar todo como partes inseparables de lo que somos.
Entonces llegó la angustia, la incertidumbre y el miedo a recordarme que aunque trabaje por mi bienestar, necesito estos momentos para recordarme que tengo mucho más de lo que sueño de forma individual. Tengo la vida de mi mamá pasando enfrente de mí, el comienzo de la vida de Alma, el amor infinito de mi hermana, los 82 años de Pedrito, la sensibilidad de mi ser y todo esto aunque sea una armadura de hierro, también está lleno de fragilidad: la respiración de mi mamá casi se va, Alma crece más rápido de lo normal, mi hermana va a mil, la existencia de Pedrito tiene ahora una cuenta regresiva y a veces uso la rudeza como caparazón.
Nada es seguro y permanente en nuestras vidas, pero agradezco poder seguir viendo la sonrisa de mi mamá, agradezco el hecho de que su amor, a su manera, siga estando presente en mi vida, que su voz me acompañe algunas mañanas, que su olor siga dándome calma cuando voy de visita. Agradezco que durante el año, la realidad de vivir una vida con caos y calma haya estado presente, para que no olvide que la perfección de una vida tranquila no enseña lo suficiente.
Porque al final la vida es como ese tsunami: te arrasa, te rompe, te deja al borde de la nada, pero también te obliga a levantarte, a respirar más profundo, a sostener con más fuerza lo que amas. En medio del caos, aprendí que cada momento, la risa de mi mamá, su voz tranquila en las mañanas, su olor que todavía me da calma es un regalo que no vuelve. Y aunque la vida me siga recordando con su oleaje que todo es frágil y pasajero, también me susurra que en esa fragilidad está su belleza. Porque amar no es evitar el dolor, es abrazarlo. Porque en su inconstancia, el tsunami también me enseñó algo vital: el amor no se mide por lo que resiste, sino por cómo nos reconstruye tras la tormenta.
El día que entendí que lo único que voy a llevarme es lo que vivo, empecé a vivir lo que me quiero llevar.
Te amo mamá, más de lo que mis palabras me han permitido darte a entender.
Editado por: Juan Camilo Hernández
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