Esperar
- Natalia Idárraga
- 23 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 1 ago
(Al final de este blog encontrarán el audio, para que lean acompañados si así lo prefieren)
Esperar. Respirar. Esperar. Mirar. Esperar.
Siempre estamos esperando algo, lo que sea. Una orden en un restaurante, un vuelo hacia otro lugar, a que cambie el semáforo, un trabajo soñado, un sí a una propuesta, una sonrisa después de una anécdota, el asombro después de una historia, una mirada correspondida y a veces, solo algunas veces, a un amor, un amor que podría cambiarlo todo. O tal vez no.

Es así, no todas las veces uno espera sentado en una banca, muchas veces se espera mientras pasa la vida, los momentos y el tiempo. Como asevera Javier Marías: “constituimos una singular mezcla de lo que somos y de lo que no hemos sido; estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser”. Solo pienso entonces, qué singular y extraña mezcla fuimos.
Nada evolucionó más allá de los recuerdos que hoy compartimos. Nada fue como lo imaginé en mi cabeza. Nada resultó en recompensa. Nos sanamos, nos cuidamos, desaparecíamos un dolor que no habíamos causado, nos reíamos de ese dolor, mal o bien, lo ignorábamos. Te salvé, me salvaste, nos salvamos, por eso volvías a buscarme, por eso correspondía a esa búsqueda. Las conversaciones eran confusas, éramos tan escasos en claridad y sensatez, fuimos todo menos valientes, alucinabamos con el pasado, con los miedos, las dudas, la incertidumbre, pero el delirio nos tocaba los pies debajo de la mesa, como diciéndonos algo, como advirtiendonos algo.
Recuerdo los chistes malos, el humor negro, las miradas, los consejos, las historias, los besos en la mejilla, los silencios, todo esto era sostenible en el tiempo, menos nosotros, nosotros no. Parece tonto, pero no lo fue, parece insignificante, pero no lo fue, nada de hecho lo fue. O tal vez sí. Por un instante pensé que nos pensábamos, pensé que nos esperábamos. Pensé mal.
Nuestro encuentro en esta vida era para salvarnos, no había un destino distinto a ese, así debió ser nuestra historia, así lo fue. Esperaba a que volvieras de tu rutina, a que me volvieras a enseñar el mapa que te acercaba a mí, pero esas coordenadas ya no las compartíamos. No había ni una sola señal que nos llevara hacia el mismo lugar.
Me anticipé, lo hice mal, a veces creo que lo hice bien. No lo sé. No sé que hice, no sé qué pasó. O sí, sí sé. Te esperé. No sé qué esperaba, pero te esperaba. No pasa nada, no nos debemos nada, no hay nada pendiente, o tal vez sí.
Espero que lo último que dijiste haya sido mentira, espero que no sientas amor por mí, espero que no o tal vez sí. Sentí odio, te odié, odié todo. No es la forma, no es la manera, no es como quisiera seguir llevándote conmigo, no es como quiero agradecer lo que fuimos, no es como quiero imaginar el cómo hubiéramos sido. Entonces, dejé de odiar todo, dejé de odiarte.
Creo que mientras te esperaba, mi alivio fue la contradicción. Porque eso fuimos: una contradicción constante, dos cuerpos con miedo a intentarlo, dos cobardes y mediocres, y en consecuencia no tuvimos un final diferente a eso.
Te debía una carta y aquí está.
Nos queda pendiente la valentía y la sensatez.
Espero que leas esto, o tal vez, ya no espero nada más.
Esto es ficción, o tal vez no.
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