Una propuesta fallida
- Natalia Idárraga
- 24 sept 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 8 oct 2023
(Al final de este blog encontrarán el audio, para que lean acompañados si así lo prefieren)
Hoy, hablo de mi experiencia de una propuesta de matrimonio fallida, no desde el morbo y mucho menos desde la victimización, en cambio, sí para elevar un mensaje mucho más sólido con respecto a la superficialidad que tienen algunas acciones y decisiones en la vida. Espero que a alguien le llene.

Estaba atrapada en una burbuja enorme de ego, en donde por mi belleza física y personalidad quería siempre una validación instantánea, caer bien a todos, agradar a desconocidos e impresionar con cualquier mínima cosa. Esto cambió con el siguiente suceso.
Seré breve: un día me propusieron matrimonio, sí, la persona que más amaba profunda e incondicionalmente en ese momento, pero, a los tres meses siguientes de la propuesta, -en donde yo por supuesto, ya estaba muy ilusionada-, me dijo: “Mejor ya no, tal vez esto no sea una buena idea”, así, frío y crudo, luego de terminar una discusión.
Aquí, aclaro que, los demás detalles no importan, sería morbo y ese no es el propósito de este blog, pero lo que sí quiero compartir, fueron los aprendizajes más profundos luego de ese suceso que para todos tendrá una connotación distinta, pero ojalá, ninguna desde la victimización. (Adicional, no pretendo quitarle responsabilidad o excusarlo a él, pero hacia allá voy, lo que le correspondía a él, debía solucionarlo y asumirlo él, aquí solo escribo lo que me correspondía a mí)
Así que vamos a empezar por las etapas.
La primera, como si se tratara de una gran pérdida, fue el momento de negación y de estar en un estado increíble de “shock”, debo aceptar que mi cerebro tardó en entender lo que había sucedido, pensé que había sido solo una discusión más, algo que luego tendría solución, pero no.
Luego, en la segunda etapa, viene la culpa, el desespero y la frustración. Pensamientos obsesivos que se multiplicaban en segundos, tratando de entender qué había sucedido, apenas mi cerebro estaba “intentando” organizar toda la información que recibía, que por supuesto, era demasiada a diario.
La siguiente, la sensación de sentirme “insuficiente”, un resultado de cargar con tanta culpa, de recriminar cada acto del pasado y de compararme con los cientos de escenarios alrededor. Sin duda, esta etapa era como una batalla en dónde se sentía como si me enfrentara contra otro personaje, pero al final, solo era yo, porque la guerra era en el espejo, conmigo misma.
Y la última, sin duda, la más difícil, la aceptación, las lágrimas y el llanto inconsolable, se convirtieron en compañía por muchas noches. Ahí ya mi cerebro entendía mucho más lo que sucedió, mi cuerpo dolía, por fin podía sentir que dolía y mi respiración no se bloqueaba más, pude soltar varias de esas emociones que viví en las etapas anteriores.
Aclaro, yo estaba a miles de kilómetros de Colombia, de hecho, estaba en otro continente. Desde la etapa uno, estuve a un WhatsApp de distancia con mi hermana, mi compañía fiel. Y aquí es dónde empiezan los aprendizajes de esta historia.
No recuerdo mucho del vuelo al volver a Colombia, pero sé que se hizo más largo de lo que debió ser. Quería llegar a abrazar a mi mamá, ver la sonrisa de mi hermana, ver a Arena, conocer a Tofu bebé, quería ignorar la realidad y el dolor por un momento, pero sobre todo, quería hacerles saber que yo estaba bien, sin embargo, al primer abrazo, di a entender todo lo contrario. Lo demás es historia.
Entonces, ¿qué quedó de todo esto?. Sentí por primera vez el dolor del rechazo, de recibir un “No” cuando antes había sido un “Sí para siempre”, de sentir el fracaso de cerca, de sentirme perdida y poco entendida. Por primera vez sentía todo esto tan vivo, seguramente sí, porque nunca había pasado por una situación similar, pero especialmente, porque la dimensión de ego con el que cargué tanto tiempo, nunca me permitió sentirme vulnerable y viva a través del dolor.
Sí, mi gran maestro fue el dolor, fue un compañero tremendo, me sacudió en varias ocasiones, me recordó que estoy hecha de más sensaciones y emociones que solo las felices y superficiales, me hizo entender que transitarlo me haría encontrar con una mejor yo, que dejarlo entrar era otra forma de abrazarme, que aunque hiciera mil cosas para evitarlo, él me estaría esperando para enseñarme lo que no podía aprender de nada, ni de nadie más.
Hoy, puedo entender con claridad, que tuvo que entrar este maestro a través de un suceso muy duro, sí, pero para que entendiera que mi vida, era más que una burbuja enorme de ego, más que mi belleza física, más que la validación instantánea, más que agradar a un montón de desconocidos, más que impresionar a cualquiera, de hecho, llegó para que entendiera que era más que una propuesta de matrimonio fallida.
Abrazo enorme a esa versión fuerte que superó y confrontó ese dolor, porque esta situación no llegó para ser víctima de nada, porque pude lograr por primera vez hacer mi propio camino, sin que esa responsabilidad fuera de mi mamá, mi hermana o una pareja, por primera vez pude tomar pasos y decisiones completamente sola.
Quién pensaría que una propuesta fallida me llevaría a un camino de expansión y crecimiento enorme, quién diría que detrás de una propuesta insegura me traería hasta donde he llegado. Agradezco que esta situación haya sido parte de esta vida, porque sé que me preparará para las siguientes.
A él, en dónde quiera que se encuentre, solo puedo enviarle toda la luz del mundo, todo lo que debía perdonar ya lo hice, la vida continúa, así que espero que esté siendo buena y liviana para él, como lo ha sido para mi, nos lo merecemos.
Para ir terminando esta historia, lo que me queda por compartirles, es que si han pasado por alguna situación de confrontación de esta dimensión o similar, sea por la razón que sea, denle entrada libre a todo eso que da miedo, incomoda o duele, ahí es donde está la magia de vivir, ahí ocurren las mejores versiones de nosotros mismos, ahí dónde creemos que termina la vida, es dónde en realidad vuelve a empezar.
Gracias a mi hermana Daniela, por ser calma y alivio, a mi mamá por su compañía y a mi psicóloga Laura Olarte, mi ángel aquí en la Tierra, y por supuesto, a él, habernos encontrado en el camino ha tenido un antes y un después en mi vida. Gracias.
Editado por: Juan Camilo Hernández
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