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Como los reptiles

(Al final de este blog encontrarán el audio, para que lean acompañados si así lo prefieren)


Creo que en los últimos tres meses he pensado mucho más en las ventajas que tiene la soledad, pero no porque haya comparado otras vidas con la mía, sino porque entendí con el paso del tiempo que, este momento que estoy viviendo, no volverá a ser el mismo. Puede que muchas otras veces me encuentre de nuevo con la soledad o con la soltería, sin embargo, soy consciente de que no volvería a vivirlas de la misma forma, porque no tendría la misma edad, el mismo contexto y la misma realidad que tengo hoy.


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Antes de expresar mi descontento por las situaciones que no resultan como espero o deseo, reconozco que hoy tengo la habilidad de percibirme de una manera renovada, como esa versión fuerte que superó y confrontó el dolor de dejar atrás una vida planeada y distinta a la que tengo hoy. Hace poco recibí noticias que han alterado mi perspectiva sobre la vida, y siendo aún más significativo, han moldeado la manera en que quiero experimentar cada día en este planeta mientras estoy viva.


Creo que la vida entre sus altos y bajos, entre la tranquilidad e incertidumbre, entre el amor y el desamor, entre el descanso y el cansancio, entre las buenas noticias y las no tan buenas, nos permite entender que el equilibrio no se encuentra solo en la calma y lo liviano, pues a partir del desorden y el peso, podemos reconocer que esa sensación de 'todo va a estar bien', solo tiene sentido con un poco de ruido.


Así, sostengo la convicción de que la soledad se presenta como una suerte de equilibrio, una fuerza que nos modela y nos da algo que la compañía de alguien jamás podría proporcionar. Su propósito es despojarnos de capas que han dejado de ser congruentes con nuestra esencia, incitar a experimentar una transformación tan esencial como el cambio de piel en los reptiles, estos animales que deben adaptarse a su entorno tan rápido como pueden y por ello abandonan sus escamas. La comparación con estos seres se presenta como una conexión poética: al igual que la capa externa de su piel resulta insuficiente con el tiempo, lo que se vuelve pequeño en relación con nuestro crecimiento y expansión, sencillamente, debe transformarse.


Al principio, se experimenta un temor genuino al reconocerse en una piel diferente, en otro matiz, en una forma distinta. El miedo se cierne, porque nos percibíamos en dimensiones diversas; por ende, el crecimiento se torna intimidante, el cambio, aterrador. 


Sin embargo, ¿qué sucedería si optáramos por la inmovilidad?, ¿y si aceptáramos la estrechez de una piel pequeña y un cuerpo entumecido? Nuestras articulaciones, en este caso, asumirían la voz de nuestro silencio y entablarían diálogos frecuentes con un par de enfermedades y dolencias. En este escenario, el temor se erigiría como nuestro juez supremo, y nuestra sentencia sería el derroche de una vida plena.


Pensando en esta situación, salen de mi mente un par de reflexiones adicionales que me dicen que la vida es como un lugar perfecto para tener relaciones profundas y sentir afecto de manera increíble. Pero, desperdiciamos una porción sustancial de nuestro propio valor al resignarnos a ocupar espacios, entregarnos a amores, o inmiscuirnos en empleos que, de hecho, nos resultan mínimos. Esas dimensiones reducidas persistirán mientras continuemos negando la necesidad de renovar esa piel que anhela transformación.


De hecho, el otro día leí un texto que decía: “Me pesa el corazón cuando no me siento querida de la forma que sé que merezco y me alejo porque la distancia salva, resguarda. No me gustan las dudas, ni la intermitencia, ni la fachada de una exclusividad inexistente. Me gusta que a quien yo también elija, se decida por mí y decida quererme bien”. Incontables veces lo releí y reflexioné. Me hizo mucho eco esto de ‘la fachada de una exclusividad inexistente’. 


En mi opinión, este texto muestra un poder innegable y establece una analogía complementaria con los reptiles que, a medida que evolucionan, mudan y renuevan su piel. A veces anhelamos ser amados con una intensidad equiparable a la que nosotros mismos estamos dispuestos a dar. Sin embargo, algunas personas mantienen sus emociones más restringidas, siguiendo un proceso y ritmo que puede no armonizar con nuestro propio ser, generando así una incompatibilidad latente.


Así que, de vez en cuando, vale la pena detenernos a reflexionar sobre nuestra propia piel, observarnos con detenimiento y ser conscientes de si estamos presionando a nuestro cuerpo para reducirnos. Restringirnos a aspirar a cosas grandes, a experimentar emociones intensas o amar con profundidad, simplemente porque otros no se sienten seguros, no están preparados o tienen miedo, no debería limitarnos. Entonces, una vez más, comprendemos la analogía de los reptiles y su cambio de piel.


Claro, en este punto es crucial reiterar algo muy importante: nadie está obligado a amarnos según nuestros deseos o a quedarse en nuestras vidas como quisiéramos. Pretender lo contrario carece de sentido y de amor hacia nosotros mismos. Por lo tanto, es fundamental recordarnos repetidamente que, al cambiar y evolucionar, debemos desprendernos de ciertas cosas. Nuestra paz interior siempre residirá en la capacidad de dejar el corazón de las personas en un estado mejor del que lo encontramos, al mismo tiempo que cuidamos el nuestro.


Así que, para terminar, hago mención sobre un texto de Ekaterinax, escribió: “Me resulta tan sagrada la libertad del otro y por eso la respeto, pero cuando de esa libertad nace el deseo de querer compartir(se) conmigo, siento como el corazón se me llena de cariño y me brilla el alma. Al final soy de quien me elige, de quien conscientemente decide estar.”


Gracias por haber llegado hasta el final de este texto, espero que encuentren alivio y reflexión a través de él. Recuerden que, allá afuera del miedo nos espera siempre la grandeza. 



Gracias de nuevo a mi psicóloga Laura Olarte, gracias por permitirme aprender y ver fuera de mi perspectiva, por hacer mis días más conscientes, gracias por darme las herramientas para estar alineada con mi propósito y conmigo misma.



Editado por: Juan Camilo Hernández



COMO LOS REPTILES

 
 
 

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